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EL DÍA QUE STALIN ASESINÓ AL MEJOR BOLCHEVIQUE

El 20 de agosto de 1940 León Trotsky, el organizador del ejército rojo y principal dirigente de la Cuarta Internacional, sería atacado cobardemente por un esbirro enviado desde Moscú. Al día siguiente fallecería luego de una dura resistencia. Como el mismo diría antes de morir: “Stalin ha cumplido finalmente la tarea que intentó realizar antes sin éxito”. De este modo la revolución mundial perdía a su gran líder, al verdadero continuador del legado comunista dejado por Marx y Lenin, el enemigo incorruptible de la burguesía y sus agentes encubiertos dentro del movimiento obrero.

Toda su vida estuvo agitada por la revolución internacional y su entrega abnegada a la causa de los trabajadores. Aliado fundamental de Lenin en los horas decisivas de 1917, frente a la propuesta de unión con los mencheviques el líder ruso llegaría decir: “Trotsky dijo hace tiempo que la unificación era imposible. Trotsky comprendió esto, y desde entonces no ha habido mejor bolchevique que él”. Su genio intelectual le permitió anticipar la dinámica de la revolución rusa y luego elaborar una teoría marxista que explicaría porque en los países atrasados (como China o Cuba) el proletariado no podía limitarse a tareas democráticas e inevitablemente tenía que pasar a expropiar a la burguesía contra la absoluta voluntad de sus direcciones. La teoría de la revolución permanente junto con sus escritos sobre el fascismo y la burocratización de la URSS son un tesoro extraordinario de enseñanzas para la lucha actual del proletariado. Sin embargo, como el mismo llegaría a decir, la gran obra de su vida fue la fundación de la Cuarta Internacional dos años antes de su asesinato.

La Segunda Internacional en manos de la socialdemocracia había capitulado frente a la primera guerra mundial para luego pasar a ser enemiga activa de la dictadura del proletariado conquistada primero en Rusia bajo el mando de Lenin y Trotsky. La Tercera Internacional fundada por los comunistas sinceros de todo el mundo terminaría degenerando en manos del estalinismo que traicionaría todos los combates que amenazaban con romper el aislamiento de la URSS. A su política nacionalista Stalin la llamó “socialismo en un solo país” que ni siquiera llega a ser una teoría, sino simplemente una frase que la burocracia soviética se inventó para justificar sus privilegios. El mismo Stalin ordenaría finalmente la disolución de la Tercera Internacional en 1943 justo cuando el proletariado avanzaba en levantar una nueva oleada de revoluciones, confirmando plenamente la necesidad de la Cuarta Internacional y la justeza de las advertencias de Trotsky. Luego vendrían más traiciones como el respaldo a la creación del Estado yanqui-sionista de Israel, verdugo de los pueblos árabes.

La restauración del capitalismo en Rusia, en China y en la misma Cuba que tantas esperanzas creó son la prueba irrefutable que el estalinismo jugó un papel contra-revolucionario que ahora los trabajadores están pagando con sus músculos y su sangre. En manos de la socialdemocracia, el estalinismo y el anarquismo el proletariado ha sufrido solo derrotas, la estrategia leninista defendida por Trotsky ha pasado la prueba de los hechos y está más vigente que nunca, ahora que el proletariado está atravesando su hora crucial enfrentando la contraofensiva de la burguesía imperialista luego de extraordinarios levantamientos en Latinoamérica, África y Medio Oriente. No hay movimiento revolucionario sin teoría revolucionaria decía Lenin. El trotskismo como verdadera continuación del bolchevismo hace tiempo que ha triunfado en el terreno de la teoría porque representa la ciencia de Marx y Engels adaptada a las condiciones modernas del capitalismo.

La prueba de su éxito se manifiesta justamente en la existencia de un extendido revisionismo más cercano a las vulgaridades de Stalin que a las sutilezas de un Bernstein. El seudo-trotskismo es pues un hecho indiscutible que los revisionistas están obligados a reconocer frente a sus propios estallidos. Para la nueva generación de marxistas es un deber por lo tanto saldar cuentas no solo con el estalinismo sino también con los falsificadores de Trotsky, los mercaderes de Coyoacán, los saqueadores del tesoro legado por la Cuarta Internacional, degenerada y desmembrada por la pequeña-burguesía infiltrada en sus filas. Nuestra tarea imprescindible es pues despejar el camino para el triunfo del proletariado, demostrar en el análisis y la acción que Trotsky no ha muerto, que Trotsky sigue vivo en lo mejor de la vanguardia obrera consciente cuyo crecimiento accidentado pero persistente representa la única amenaza real para el caduco orden de cosas actual.

Carlos Vargas

TESTAMENTO DE TROTSKY

27 de febrero de 1940

Mi presión arterial alta (que sigue aumentando) engaña los que me rodean sobre mi estado de salud real. Me siento activo y en condiciones de trabajar, pero evidentemente se acerca el desenlace. Estas líneas se publicarán después de mi muerte.

No necesito refutar una vez más las calumnias estúpidas y viles de Stalin y sus agentes; en mi honor revolucionario no hay una sola mancha. Nunca entré, directa ni indirectamente, en acuerdos ni negociaciones ocultas con los enemigos de la clase obrera. Miles de adversarios de Stalin fueron víctimas de acusaciones igualmente falsas. Las nuevas generaciones revolucionarias rehabilitarán su honor político y tratarán como se lo merecen a los verdugos del Kremlin.

Agradezco calurosamente a los amigos que me siguieron siendo leales en las horas más difíciles de mi vida. No nombro a ninguno en especial porque no puedo nombrarlos a todos. Sin embargo, creo que se justifica hacer una excepción con mi compañera, Natalia Ivanovna Sedova. El destino me otorgó, además de la felicidad de ser un luchador de causa del socialismo, la felicidad de ser su esposo. Durante los casi cuarenta años que vivimos juntos ella fue siempre una fuente inextinguible de amor, bondad y ternura. Soportó grandes sufrimientos, especialmente en la última etapa de nuestras vidas. Pero en algo me reconforta el hecho de que también conoció días felices.

Fui revolucionario durante mis cuarenta y tres años de vida consciente y durante cuarenta y dos luché bajo las banderas del marxismo. Si tuviera que comenzar todo de nuevo trataría, por supuesto, de evitar tal o cual error, pero en lo fundamental mi vida sería la misma. Moriré siendo un revolucionario proletario, un marxista, un materialista dialéctico y, en consecuencia, un ateo irreconciliable. Mi fe en el futuro comunista de la humanidad no es hoy menos ardiente, aunque sí más firme, que en mi juventud.

Natasha se acerca a la ventana y la abre desde el patio para que entre más aire en mi habitación. Puedo ver la brillante franja de césped verde que se extiende tras el muro, arriba el cielo claro y azul y el sol que brilla en todas partes. La vida es hermosa. Que las futuras generaciones la libren de todo mal, opresión y violencia y la disfruten plenamente.

L.Trotsky

Todas mis pertenencias, mis derechos literarios (los ingresos que producen mis libros, artículos, etcétera) serán puestos a disposición de mi esposa Natalia Ivanovna Sedova. En caso de que ambos perezcamos [el resto de la página está en blanco].

3 de marzo de 1940

La índole de mi enfermedad es tal (presión arterial alta y en avance) -según yo lo entiendo- que el fin puede llegar de súbito, muy probablemente -nuevamente, es una hipótesis personal- por un derrame cerebral. Este es el mejor fin que puedo desear. Es posible, sin embargo, que me equivoque (no tengo ganas de leer libros especializados sobre el tema y los médicos, naturalmente, no me dirán la verdad). Si la esclerosis se prolongara y me viera amenazado por una larga invalidez (en este momento me siento, por el contrario, lleno de energías espirituales a causa de la alta presión, pero no durará mucho), me reservo el derecho de decidir por mi cuenta el momento de mi muerte. El “suicidio” (si es que cabe el término en este caso) no será, de ninguna manera, expresión de un estallido de desesperación o desaliento. Natasha y yo dijimos más de una vez que se puede llegar a tal condición física que sea mejor interrumpir la propia vida o, mejor dicho, el proceso demasiado lento de la muerte… Pero cualesquiera que sean las circunstancias de mi muerte, moriré con una fe inquebrantable en el futuro comunista. Esta fe en el hombre y su futuro me da aun ahora una capacidad de resistencia que ninguna religión puede otorgar.

 

L.T.

[1]Testamento”. Reimpreso con permiso de los editores de Diario de Trotsky en el exilio, 1935 (Cambridge, Mass, Harvard University Press. Copyright 1958, por el presidente y colegas de Universidad de Harvard).

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